Teresa de Calcuta, una vida entre luces y algunas sombras

Debajo del velo blanco con ribetes azules, un rostro. Un rostro surcado por arrugas que atraviesan las mejillas, la nariz ancha y prominente, una hilera de dientes blancos que resumen una sonrisa. Un rostro que se convirtió en símbolo de compasión, amor y cuidado de los pobres más pobres de la Tierra.

Debajo del velo blanco con ribetes azules, un rostro. El rostro de una mujer blanca y pequeña. El rostro de una mujer que elegía pedir perdón en lugar de justicia, que rechazaba el aborto y la anticoncepción allí donde mujeres y niños eran las primeras víctimas del hambre y la miseria. El rostro de una mujer que podía financiar su obra sin preocuparse de dónde venía el dinero.

Debajo del velo blanco con ribetes azueles, un rostro y una mujer: Agnes Gonxha Bojaxhiu, conocida en todo el mundo como la Madre Teresa de Calcuta. Una religiosa católica que nació el 26 de agosto de 1910 en Skopie, hoy Macedonia del Norte, y falleció en Calcuta, India, el 5 de septiembre de 1997, hace 25 años.

La Madre Teresa, nombre que adoptó en honor a la carmelita descalza francesa Teresa de Lisieux , vivió pobre entre los más pobres, recibió el Premio Nobel de la Paz (1979), fue canonizada (declarada santa) por el papa Francisco en 2016 y se convirtió en uno de los personajes más reconocidos del siglo XX.

Su obra, con admiradores y devotos en todo el mundo, también fue cuestionada por el apego que mostró la religiosa a los postulados más ortodoxos dentro de la Iglesia Católica y por recibir financiamiento de dictadores y poderosos, señalados como responsables de la misma pobreza que rechazaba.

 

La Madre Teresa escuchó decir a un hombre que no cuidaría de un moribundo ni por un millón de dólares. Y estuvo de acuerdo. Dijo que no cuidaría a ningún moribundo por ese dinero. Ella lo haría por amor.

Será el amor, y conmiseración, por quienes más sufren lo que llevó a Agnes a la vida religiosa. Poco después de cumplir 18 años ingresó a la Abadía de Loreto, en Irlanda, para poder enseñar inglés a los niños de la India, a donde llegó en enero de 1929. Inició el noviciado, aprendió bengalí y en mayo de 1931 fue ordenada monja.

Será la pobreza extrema que verá en las calles de Calcuta la que la llevará a vivir su fe con una entrega radical, compartiendo su vida con “los intocables”; el último escalón del orden social de la India, país en el que los católicos representan poco más del 2 % de la población, muy atrás de hinduistas y musulmanes.

En 1946, durante un viaje en tren desde Calcuta a Darjeeling para realizar un retiro espiritual, sentirá la “llamada dentro de la llamada”. Pedirá entonces al Vaticano autorización para conformar una nueva congregación destinada exclusivamente a pobres y sufrientes.

La Santa Sede autorizará en 1950 la conformación de las “Misioneras de la Caridad”, que hoy cuenta con unos 4.500 miembros en más de 130 países. Según la propia religiosa, su misión sería cuidar a “los hambrientos, los desnudos, los que no tienen hogar, los lisiados, los ciegos, los leprosos, toda esa gente que se siente inútil… rechazados por todos”.

 

En 1952 las Misioneras de la Caridad abrieron el primer albergue para quienes no tenían otro destino que morir en las calles de Calcuta. La madre Teresa decidió crearlo cuando vio a una mujer tirada en plena calle a la que se la estaban comiendo las ratas y las hormigas.

“La llevé al hospital, pero no podían hacer nada por ella. Tuvieron que aceptarla, porque yo dije que no me marcharía de allí hasta que se hiciesen cargo de ella. Después fui al Ayuntamiento pidiendo un lugar para tales desgraciados, porque ya en el mismo día, había encontrado a otros que también se morían en mitad de la calle”, relató la religiosa al periodista británico Malcolm Muggeridge.

Le dieron un lugar en el templo de Kali, donde la gente descansaba tras haber rendido culto a la diosa. El edificio, un centro de culto y de devoción para los hindúes, estaba vacío. “En veinticuatro horas condujimos allí a nuestros enfermos y lisiados. Desde entonces (y hasta principios de la década de 1970) hemos recogido por las calles de Calcuta a más de veinte mil personas, habiendo muerto cerca de la mitad”, contó.

«La Madre Teresa llevó a estas personas a un albergue y se quedó con ellas, les dio algo de dignidad para morir. No era un súper hospital, pero ella puso a la gente y cuidó a estas personas hasta que murieron. Su trabajo no tenía milagros o curas. Dio la bienvenida a esas personas en el momento más frágil, que es el final de la vida», explicó el estudioso brasileño Felipe Domingues a la BBC en un especial sobre la monja.

Aquellos albergues no eran un hospital, pero quienes allí llegaban «se sintieron acogidos, abrazados, incluidos físicamente», destaca Domingues al responder a las críticas que recibió la Madre Teresa por no brindar una atención profesional a los desahuciados, a quienes habían tenido siempre menos que nada y encontraban en la obra una cama donde morir.

Télam

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