La pesquisa permanente para desmontar fake news, los reduccionismos que aplanan las discusiones y la ansiedad que genera el imperativo de estar actualizado en una trama que produce acontecimientos todo el tiempo, son algunas de variables que complejizan la labor de los trabajadores de prensa, según analizan algunas de las nuevas voces del oficio, que a su vez entablan un diálogo con el libro «Jóvenes periodistas», de la socióloga Laura Rosenberg, un texto que irrumpe en la antesala de una nueva celebración del Día del Periodista.

 

Cómo llegan al oficio los periodistas más jóvenes, qué de esta época les resulta más interesante para ejercer la tarea y cuál reconocen como el mayor obstáculo son algunas de las preguntas que responden dos representantes de la nueva camada de periodistas: Matías Mowszet y Delfina Torres Cabreros, cuyas respuestas se articulan con el flamante texto de Rosenberg, quien analiza cómo se aprende un oficio en un contexto de polarización política y precarización laboral.

 

En la antesala de una celebración del Día del Periodista, el próximo 7 de junio, Mowszet, trabajador de la agencia de noticias y medios de comunicación Corta y de Nacional Rock, y Torres Cabreros, que pasó por las redacciones de La Nación, PáginaI12 y de El Economista y ahora escribe en elDiarioAR y es columnista de «Ahora Dicen» -el programa de la primera mañana de la radio Futurock- dialogan con Télam sobre los desafíos más importantes de esta coyuntura.

 

Para Mowszet, un reto es «limpiar el debate público de la basura: las fake news instrumentadas y planificadas, los discursos de odio, los facilismos narrativos que achatan la discusión y la espantosa moda de estos días de que para ganar notoriedad, hay que decir y hacer barbaridades».

 

«Los medios y el periodismo muchas veces terminan contribuyendo a esa lógica por la respuesta de las audiencias y sobregiran la importancia de los personajes más insólitos del debate público porque se supone que eso ‘rinde’. Si decís algo medido y sensato no te levanta nadie, pero si decís una barrabasada, salís en todos lados. Esa lógica contamina el ámbito de las ideas y crea en los actores sociales la necesidad de subirse cada vez más al delirio colectivo para no perder lugar en la agenda», desarrolla.

«El mayor desafío para mí es lidiar con algo que es inevitable para quienes trabajamos en secciones ‘calientes’ (en mi caso en un medio gráfico y en la radio): la obligación de estar súper informados y la ansiedad que genera eso, el hábito de estar constantemente sumando datos y actualizaciones, por más pequeñas que sean; chequeando el celular, abriendo y cerrando el día con noticias», explica Torres Cabreros.

 

Para la periodista, «a nivel personal no es sustentable en el largo plazo vivir con ese nivel de ‘enchufe’ en la actualidad» y se pregunta «si le suma a los lectores/oyentes tener tanto nivel de detalle sobre ciertas discusiones o si eso desvía la atención de otra agenda posible, más estructural». Y ejemplifica: «Podemos pasar semanas hablando de la interna en torno a un proyecto de ley que nunca ve la luz, pero perdemos de vista una obra que puede cambiar radicalmente la situación de una provincia».

 

En el reciente libro «Jóvenes periodistas. Aprender un oficio en años de polarización política y precarización laboral», la socióloga Laura Rosenberg hizo un trabajo de campo en dos diarios nacionales editados en la Ciudad de Buenos Aires, PáginaI12 y Tiempo Argentino, entre 2005 y 2015. Ubica dos hechos bisagra para pensar el desarrollo del ejercicio del periodismo: el debate por la renta agropecuaria en 2008 y el posterior debate y promulgación de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual en 2009.

 

«Antes había cierta idealización del oficio de periodista y a partir de la puesta en cuestión de discursos periodísticos, de lo que implica el rol político económico de las empresas periodísticas en la Argentina, lo que se generó es que quienes llegan hoy al mundo periodístico no lo hacen con tanta cuestión de lo que debería ser el ejercicio de la profesión, sino que la ven como una profesión debatida donde nada está dado por sentado: se debate sobre cómo cubrir una noticia, y eso enriquece mucho», explica sobre lo que considera lo más interesante de esta época para ejercer el oficio.

 

Al momento de advertir cuál es el mayor obstáculo, Rosenberg señala la precarización, «porque un trabajador de un medio puede trabajar también para otro del mismo multimedio y así se achican las fuentes laborales. Las condiciones de trabajo son preocupantes hace un buen tiempo».

 

¿Por qué PáginaI12 y Tiempo Argentino? «Si bien se trata de medios muy distintos con trayectorias muy disimiles, sobre ellos no hubo tanta investigación de campo. Sobre Página hubo algunos escritos, pero no como los que ya se habían hecho sobre La Nación y Clarín. No había demasiadas experiencias empíricas sobre cómo se trabajaba en Página y menos en Tiempo porque el segundo Tiempo Argentino surgió en 2010. Entonces en lo que hacía a línea editorial eran diarios bastante análogos, similares, con ciertos matices. Me interesaba pensar cómo esos diarios que se pensaban como oficialistas también tenían periodistas que no siempre estaban conformes con esa línea editorial, o si coincidían en líneas generales pero no en algunas prácticas del oficio», responde.

A la autora del libro editado por Punto de Encuentro y la editorial de la Universidad Nacional de Avellaneda le interesaba «el aprendizaje de un oficio desde adentro, ver cómo las personas aprenden un oficio a partir del vinculo con sus colegas, con sus jefes, más allá de manuales y formación académica en el marco de las rutinas de trabajo» y sobre ese interrogante empezó a investigar.

 

Así apareció la idea de que «con la crisis del campo se dio un gran debate en torno a qué es hacer periodismo, qué normas debieran regular la profesión, si hay normas que la regulen, cuáles son las buenas prácticas. Me preguntaba cómo hace un recién llegado para pensar estas cuestiones. Tanto la ley de medios como el debate sobre la renta agropecuaria sacaron a la luz debates en torno al periodismo que me parecía que debían ser investigados», argumenta.

 

Al pensar lo más interesante de esta época para ejercer el periodismo, Torres Cabreros destaca la presencia de las tecnologías y las redes sociales, ya que considera facilitan la posibilidad de contactar fuentes y encontrar información. Pero advierte que «eso mismo, de todos modos, le imprime una velocidad al oficio que a veces entra en colisión con la necesidad de ‘pensar’ un tema, de estudiarlo a fondo, de dejar reposar ciertas cosas». «Dentro de la mayoría de las redacciones se pasó de un momento del periodismo (no tanto tiempo atrás) en el que un cronista tenía toda una semana para producir una nota de tapa a firmar tres notas por día. Pensar un tema y trabajarlo con tiempo quedó acotado a los colaboradores externos, que casi nunca viven de esas colaboraciones sino que tienen alguna otra actividad laboral. Los medios necesitan generar mucho contenido y son los periodistas de planta más jóvenes quienes ocupan ese lugar de producción a gran escala; un periodismo que se hace sobre todo desde un escritorio con conexión a internet y sin salir a la calle», sostiene.

 

La periodista dice no ser «nostálgica del periodismo vieja escuela», pero subraya que «el desafío es encontrar un equilibrio entre entender las necesidades de los medios y poder ser funcional como trabajador a ese modelo y no transformar al oficio en algo completamente maquínico».

 

Su colega Mowszet ubica como lo más interesante la capacidad de asistir a «hechos y eventos que van a tener una gran trascendencia histórica sin la distancia que te impone la historia».

 

«Siempre tuve la fantasía de imaginar cómo sería vivir los hechos y contextos que estudiamos en la historia, y la sensación de estar abordando, informativamente, sucesos y realidades que ya tienen un espacio guardado en los libros del futuro es algo enormemente desafiante y, a su vez, emocionante», apunta.

 

Con respecto a al mayor obstáculo, el periodista ubica el factor económico: «El oficio periodístico tiene cada vez peor remuneración y condena a la precarización a sus trabajadores. Esto no solo tiene que ver con los derechos y la dignidad de los que trabajan sino con la calidad del producto periodístico, que con menos inversión, acota las posibilidades de que el oficio tenga vuelo como controlador social de los poderes. La precariedad funciona como un disciplinador de  una actividad que, por definición, debe ser libre», sostiene.

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